Conté cada día vencido que no te vi, esperando que regresaras para calmar la ausencia de ti, puesto que no había momento en que no te pensara y que no se sintiera agobiado el corazón.
Cuando por fin volviste sólo fuiste un espejismo, ahora no se si realmente fue a ti lo que vi, o mis locos deseos te proyectaron y te escuché hablar ante la necesidad de verte. También siento que te abracé, pero todo fue tan fugaz que no pudo ser real.
Hoy ya no se si me haces falta, ya no se si te extraño, ya no se si aún te quiero como hace poco tiempo lo hice intensamente. Me acostumbré a que no estuvieras, a no verte, a los callos de mi corazón, a la aflicción de no tenerte.
Me acostumbré tanto a la ausencia de ti que creo que es mejor así, puesto que cada instante se me convirtió en una angustia que me atormentaba, cuya necesidad de verte la avivaba en cada momento y tengo derecho a no sufrir más, por lo que decidí arrancarte de mi corazón y acabar con esto que me consumía hasta la depresión.
Quisiera también decirte que hubiera podido ser un hombre muy feliz a tu lado y que hubiera hecho lo que no podía para hacerte muy feliz, pero la inconstancia mató con esas ganas, con el deseo que tenía de amarte hasta la muerte.
El otro día, después que volviste de tu largo viaje, la decepción que me causó el no poder verte y la necesidad de suplir en mí el hueco que habías dejado al partir, me sumió en una depresión que al poco tiempo califiqué de absurda, puesto que mi propia autoestima no me permite este tipo de sensaciones causada por cualquier agente externo y comencé a reprimirla y a tragarme el dolor, ahogándolo, dejándolo sin la posibilidad de ser escuchado y que tomara forma con mis palabras.
Me condené a mi mismo por llegar a ese estado, por esperar cosas no prometidas y tener esperanzas en la locura, por buscarte tantas veces para saciar mi necesidad de ti, de ver tu risa y el brillo de tus ojos al mirarme, mientras mi cabeza me atormentaba con tonadas de canciones que me hundían cada vez más en la melancolía.
“Yo te buscaba entre la nubes y me enfrentaba a tempestades y ahora no se si tú exististe o eres sólo un sueño que yo tuve…”[1]
Ya no puedo seguir detrás de ti, debo dejar de buscarte para asesinar mi amor, no debo permitir que el dolor del alma se somatice y me torture en el campo de lo físico, como ya me sucedió y sentí que estuve a punto de morir, puesto que el dolor físico aumenta los extremos de la desesperación, y después de pasar largas horas de la madrugada sintiendo pasar el dolor de mi alma a mis viseras, decidí ponerle un tajo a ese asunto que me llevaba por espinosos senderos que no conducían a nada, y me puse en la tarea de dejar de pensar en ti de arrancarte de mi interior violentamente, ya que no podía esperar a las acciones graduales necesitaba una solución rápida y certera por lo que preferí expulsar definitivamente de mi corazón eso que me hacía amarte.
Ahora lo que me atormenta es no poder decirte mi decisión, hacerte saber que mi corazón te expulsó de muchos rincones que ocupabas en él y que “ya no te busco en los azules, ni me enfrento a tempestades, ya no me importa si me quisiste porque en mis sueños yo te tuve…”[2] y se que “además hay gente que no consigues olvidar jamás, no importa el tiempo que eso dure”[3].
Desde que tomé la determinación me siento más tranquilo y desaparecieron las angustias. No te culpo por lo que me pasa, puesto que bien merecido lo tengo por arriesgarme a amarte sin ninguna seguridad, con la esperanza que alguna vez se concretara lo que tus ojos expresaban sin tu permiso, lo que comunicabas sin darte cuenta, en lo que estúpidamente basé mis esperanzas, y aunque fui feliz los contados momentos que pudimos compartir no soy de los que se llenan con migajas, pero sí de los que se ilusionan rápidamente aunque con la misma velocidad me decepciono.
Ahora sólo espero sanar mis desoladas heridas y que no vuelvan a arder cada vez que tu imagen, así sea en la ya acostumbrada ilusión, retorne a mis pensamientos o a mis ojos y que fragmentos de canciones dejen de invadir mi mente ansiada de tranquilidad.
“Y qué me importa tú cariño ahora, se hace tarde para amarte a ti. Y qué me importa si tú me adoras, si ya no hay razón para yo querer (…) si cuando yo te quise no supiste dar amor”[4]
Sólo me resta decirte que me toca afrontar la melancolía de la pérdida en mi corazón, acostumbrarme a no amarte, vivir con el espacio vacío que me deja no tener ya este sentimiento. Se despide de ti el hombre que te deja de amar, quien tiene ‘Todo de Cabeza’, pero no el amigo que ha compartido a tu lado.
Cuando por fin volviste sólo fuiste un espejismo, ahora no se si realmente fue a ti lo que vi, o mis locos deseos te proyectaron y te escuché hablar ante la necesidad de verte. También siento que te abracé, pero todo fue tan fugaz que no pudo ser real.
Hoy ya no se si me haces falta, ya no se si te extraño, ya no se si aún te quiero como hace poco tiempo lo hice intensamente. Me acostumbré a que no estuvieras, a no verte, a los callos de mi corazón, a la aflicción de no tenerte.
Me acostumbré tanto a la ausencia de ti que creo que es mejor así, puesto que cada instante se me convirtió en una angustia que me atormentaba, cuya necesidad de verte la avivaba en cada momento y tengo derecho a no sufrir más, por lo que decidí arrancarte de mi corazón y acabar con esto que me consumía hasta la depresión.
Quisiera también decirte que hubiera podido ser un hombre muy feliz a tu lado y que hubiera hecho lo que no podía para hacerte muy feliz, pero la inconstancia mató con esas ganas, con el deseo que tenía de amarte hasta la muerte.
El otro día, después que volviste de tu largo viaje, la decepción que me causó el no poder verte y la necesidad de suplir en mí el hueco que habías dejado al partir, me sumió en una depresión que al poco tiempo califiqué de absurda, puesto que mi propia autoestima no me permite este tipo de sensaciones causada por cualquier agente externo y comencé a reprimirla y a tragarme el dolor, ahogándolo, dejándolo sin la posibilidad de ser escuchado y que tomara forma con mis palabras.
Me condené a mi mismo por llegar a ese estado, por esperar cosas no prometidas y tener esperanzas en la locura, por buscarte tantas veces para saciar mi necesidad de ti, de ver tu risa y el brillo de tus ojos al mirarme, mientras mi cabeza me atormentaba con tonadas de canciones que me hundían cada vez más en la melancolía.
“Yo te buscaba entre la nubes y me enfrentaba a tempestades y ahora no se si tú exististe o eres sólo un sueño que yo tuve…”[1]
Ya no puedo seguir detrás de ti, debo dejar de buscarte para asesinar mi amor, no debo permitir que el dolor del alma se somatice y me torture en el campo de lo físico, como ya me sucedió y sentí que estuve a punto de morir, puesto que el dolor físico aumenta los extremos de la desesperación, y después de pasar largas horas de la madrugada sintiendo pasar el dolor de mi alma a mis viseras, decidí ponerle un tajo a ese asunto que me llevaba por espinosos senderos que no conducían a nada, y me puse en la tarea de dejar de pensar en ti de arrancarte de mi interior violentamente, ya que no podía esperar a las acciones graduales necesitaba una solución rápida y certera por lo que preferí expulsar definitivamente de mi corazón eso que me hacía amarte.
Ahora lo que me atormenta es no poder decirte mi decisión, hacerte saber que mi corazón te expulsó de muchos rincones que ocupabas en él y que “ya no te busco en los azules, ni me enfrento a tempestades, ya no me importa si me quisiste porque en mis sueños yo te tuve…”[2] y se que “además hay gente que no consigues olvidar jamás, no importa el tiempo que eso dure”[3].
Desde que tomé la determinación me siento más tranquilo y desaparecieron las angustias. No te culpo por lo que me pasa, puesto que bien merecido lo tengo por arriesgarme a amarte sin ninguna seguridad, con la esperanza que alguna vez se concretara lo que tus ojos expresaban sin tu permiso, lo que comunicabas sin darte cuenta, en lo que estúpidamente basé mis esperanzas, y aunque fui feliz los contados momentos que pudimos compartir no soy de los que se llenan con migajas, pero sí de los que se ilusionan rápidamente aunque con la misma velocidad me decepciono.
Ahora sólo espero sanar mis desoladas heridas y que no vuelvan a arder cada vez que tu imagen, así sea en la ya acostumbrada ilusión, retorne a mis pensamientos o a mis ojos y que fragmentos de canciones dejen de invadir mi mente ansiada de tranquilidad.
“Y qué me importa tú cariño ahora, se hace tarde para amarte a ti. Y qué me importa si tú me adoras, si ya no hay razón para yo querer (…) si cuando yo te quise no supiste dar amor”[4]
Sólo me resta decirte que me toca afrontar la melancolía de la pérdida en mi corazón, acostumbrarme a no amarte, vivir con el espacio vacío que me deja no tener ya este sentimiento. Se despide de ti el hombre que te deja de amar, quien tiene ‘Todo de Cabeza’, pero no el amigo que ha compartido a tu lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario